Roma y las mujeres no se llevaban muy bien que se diga. Siempre que había un problema grave, quién recibía era una mujer. Si para acabar con los Tarquinos fue necesaria la muerte de Lucrecia, para acabar con los despóticos decenviros, fue necesaria la muerte de Virginia. Veamos la leyenda.
Al acabar el primer año que les había sido concedido a los diez decenviros para redactar la ley, estos manifestaron al pueblo que necesitaban más tiempo y se les concedió un año más. A partir de este momento, sin embargo, se empiezan a comportar de forma despótica y arbitraria y aparecen cada uno de ellos siempre precedido de doce lictores. Los decenviros llegan al acuerdo de no devolver el poder al acabar el año. Sin embargo su fin será consecuencia de la muerte de Virginia.
Apio Claudio, pontífice máximo y presidente del tribunal se enamora de una guapa plebeya, Virgina, que lo rechaza. Entonces plantea una estratagema para conseguirla. Hace que un cliente suyo la reivindique como esclava y ante las protestas de su padre y mientras se decide sobre su futuro la retiene en su propia casa, donde la viola. Al día siguiente y para salvarse de la deshonra, el padre de Virgina, la mata hundiéndole un puñal en el pecho. La plebe se revela y amenaza con la secesión y provoca la caída de los decenviros, el suicidio de Apio Claudio y el regreso del régimen consular.