Fuente:
Anatomía de la Historia
El
periodo histórico más importante de la Historia es para la mayoría de los autores de Anatomía el transcurrido durante el
Imperio romano de Occidente, que se prolongó entre el año 27 a.C. y el 476.
A continuación, te presentamos los motivos que a algunos de ellos les
han impulsado a considerar aquellos tiempos la época histórica más
significativa o transcendental.
Sólo hay dos cosas que un padre puede dejar a sus hijos. Una es
raíces y la otra, alas. Siguiendo este adagio norteamericano, y como si
de un
pater familia se tratase,
el Imperio romano nos legó a la Historia raíces abonadas que perduran hoy
en el derecho, la ingeniería, el calendario, la historia militar, las
artes, la organización administrativa, la difusión del cristianismo… y
sobre todo en el latín, la lengua por excelencia de cuya vulgarización
derivaron muchas de las hoy habladas.
Pero también nos proporcionó alas. Sucesor de una República que a su
vez derivó de un reino, el Imperio romano nos enseñó que es posible
encontrar fórmulas de convivencia que sobrepasen la conquista o la
anexión: pactos de hospitalidad (hospitum), ciudadanía, tetrarquías y hasta la división de su propio territorio para garantizar su pervivencia. Todos somos en gran parte “romanos”… aprovechémoslo.
Nuestra actual civilización occidental desciende directamente de los
estados que surgieron durante el desmembramiento progresivo del Imperio
romano. Pero estos nuevos reinos germánicos
no ocuparon sin más las antiguas tierras que pertenecían a los romanos
desplazando o sustituyendo para ello a su población. Es más, ni tan
siquiera acabaron completamente con sus estructuras estatales y de
gobierno, ni pusieron definitivamente fin a su cultura o su lengua. Más
bien dichas entidades territoriales fueron en realidad producto de la fusión entre las civilizaciones germánica y romana.
En esta especie de mezcla sin duda que los cinco largos siglos de
existencia del Imperio pesaron mucho a la hora de que Roma acabara
legando al Occidente medieval elementos tan importantes como el idioma
(bajo la forma de las lenguas romance), la religión católica o incluso
buena parte de sus leyes, recogidas en el derecho romano.
Otra importante herencia romana, de la que no solemos hacernos demasiado eco, sería también el régimen señorial,
es decir, el sistema de explotación de la tierra que permitió
prescindir de la esclavitud como principal mano de obra. Esto hizo
posible aumentar los rendimientos de las cosechas, lo que produjo la
aparición de excedentes agrarios, ello a su vez estimularía el comercio,
aumento de la actividad mercantil que estimuló la circulación de moneda
y en general la economía. Ello fue el motor para provocar el despegue de Europa occidental hacia el año mil, clave a la hora de que sus estados acabaran encumbrados como potencias hegemónicas a nivel mundial.
Roma fascina y seguirá fascinando a futuras generaciones.
Su impronta en mí bien podría parecerse a esta peculiar temporalidad de la semántica heideggerania (Zeitlicheit), una singular osmosis de pasado, presente y futuro inherente a un mundo propio… alejado de la homogeneidad y de la sucesión del tiempo objetivo…
En sus Historias, Polibio comenta: “La
causa determinante del éxito o el fracaso de un Estado es su forma de
gobierno. Esta es la fuente de todas las ideas y de todos los actos que
dan origen a sus empresas, y está es la que determina su fin”. Polibio
vaticinó el eclipse final de Roma tras la tercera Guerra Púnica… En su
teoría de la anaciclosis considera los régimenes
políticos a modo de seis ciclos degenerativos, de fatal y esperpéntica
gradación descendente, que abarcan desde la monarquía a la demagogía. Y
vuelta a empezar…
En sus categorias de las modalidades del acontecer histórico, Kant, por su parte, establece tres categorías esenciales: lo real, lo posible y lo necesario. No dejo pues de preguntarme:
-¿Qué fue real en el Imperio Romano?
-¿Cómo fue posible su extensión y su durabilidad?
-¿Qué fue lo necesario respecto a la manifestación de su dimensión
temporal e histórica, si consideramos también la Historia dentro de una
problemática metafísica?
Mucho se habla, desde hace algunos años, de
globalización y, a su vez, de
respeto a las identidades individuales
en los procesos políticos que van unidos al desarrollo de los fenómenos
globalizadores como el que está caracterizando los dos últimos siglos
de Historia.
Si hubo un periodo en que, de verdad, una potencia –Roma– fue capaz de unificar culturalmente un vasto espacio geográfico –todo el Mediterráneo– concediendo, sin embargo, notable libertad y autonomía
a sus antiguos pobladores y respetando, a través de una tupida red de
ciudades, las identidades locales, ése fue el Imperio romano de
Occidente.
Roma combinó como nadie el centralismo, el poder central, con la individualidad, con la autonomía municipal; fue capaz de difundir un modo de vida común que –con el posterior tamiz cristiano– sentó las bases del pensamiento y de la cultura occidentales;
y, además, lo hizo empleando la organización del territorio, la
vertebración del espacio y la urbanización y aculturación como valores
básicos.
Es, sin duda, un periodo que debe contemplarse como modelo y ejemplo de muchas buenas prácticas relacionadas con la gestión de la diversidad y con la generación de cohesión social y cultural.
El Imperio romano es un período que, además de hacer volar la imaginación interpretativa de los historiadores
que se enfrentan a su estudio, es una etapa de la historia en la que,
de una manera u otra, se le dio forma a la Europa que la siguió.
Con Roma (y Grecia) se establecieron las bases políticas, culturales y sociales del mundo occidental
en el que vivimos nosotros. Pero además el periodo de dominación romana
posee, al menos para mí, un plus de fascinación que resulta de su
distancia en el tiempo, de lo moderno, a pesar de lo antiguo, que nos parece a veces y por ser la cuna de muchos de los grandes personajes y episodios de la historia.
El Imperio romano abrazó todo el Mediterráneo, y más allá, y
de aquel abrazo aún no hemos podido deshacernos del todo.
Y posiblemente no sería inteligente hacerlo. De aquel imperio quedan
trazas en nuestra lengua, en nuestra alimentación, en nuestras
costumbres… y eso lo hace especial a mis ojos.
Pero no es sólo ese aspecto de permanencia lo que hacer del Imperio
romano un punto clave en nuestra historia. Resulta que también fue una
época que por sus personajes, sus luchas, sus construcciones, su
política… parece hecha precisamente para conocerla. Para ser contada y
disfrutar con ella.
Hay algunos hechos históricos que sobrepasan las fronteras naturales o artificiales de nuestros países, para convertirse en hitos de la Humanidad.
En mi opinión, el desarrollo, durante quince siglos, del Imperio
romano, constituye uno de esos momentos claves que va más allá, incluso,
de nuestro continente europeo.
Somos, en el fondo, ciudadanos romanos: herederos
del idioma que fue extendido por las legiones romanas por unos seis
millones de kilómetros cuadrados, hijos de su Derecho y sistema de
leyes, admiradores de miles de monumentos que rozan la eternidad
entre las gradas de anfiteatros y teatros, inconscientemente deudores
de un sistema constructivo que ya conoció el cemento, las grúas o los
andamios, o de una concepción religiosa que fue desarrollándose y
evolucionando al paso de las necesidades de salvación personal de los
individuos, desde un politeísmo sincrético de helenos, asiáticos y
etruscos, hasta un cristianismo que unificó espiritual y culturalmente a toda Europa.
La Europa medieval no se habría entendido sin el paso lento, pero
firme, de la sociedad romana, unificada imperialmente bajo la seguridad
de ser cives romanorum: un signo distintivo y
honroso que les diferenciaba de los bárbaros del norte –unos que, cinco
siglos después, asumirían el mundo romano tras invadir la parte
occidental…